#43 Un viaje familiar al verano del 97: el "Unplugged" (1996) de Los Tres


A propósito de La hora feliz (2002) de Ángel Parra Trío, empecé a pensar en por qué, cuando salió ese disco, lo fui a comprar automáticamente, como depositando una fe ciega en lo que Ángel Parra pudiera hacer con su banda paralela a Los Tres. Y la respuesta estaba ahí mismo: porque era parte de Los Tres.

Luego me puse a pensar de dónde venía mi gusto por Los Tres. Y aparecieron los viajes al sur con mi familia y uno en especial.

Debe haber sido el verano del 97 que, como desde hace un par de años (desde que las finanzas mejoraron en el 94), nos dispusimos con mi familia a viajar por el sur de Chile. Nos gustaba  desconectar entre los árboles, bosques y ríos de la Región de Los Lagos. Hay unas cabañas en el pueblito de "Cascadas" donde descansábamos mientras comíamos salmón, pan recién hecho, queso fresco y emprendíamos alguna excursión por los alrededores. 

El punto de partida del viaje era Iquique que está a 2.600 kilómetros del destino final, con lo que era necesario tener buena entretención para todo el trayecto. Era un viaje de dos días con cinco personas: mi padre, mi madre, y los tres hermanos. 

Sé (porque no lo recuerdo) que mi hermano mayor (yo soy el del medio) trajo dos cassettes: el Unplugged (1996) de Los Tres y el álbum doble Ni por la razón ni por la fuerza (1996) de Los Prisioneros. Sobre el segundo disco no tengo mucho que decir porque el primero absorbía todo mi interés. De ese quiero hablar. Y, veladamente, de mi hermano que tanto dolor nos causaría. 

I. El ritmo de la carretera

Se trataba, en primer lugar, de una cuestión de ritmo. El álbum parte con "Sudapara" que con su beat marcado, da un indicio de lo que viene a continuación. Es swing a la chilena, es rockabilly (el Dios Carl Perkins se pasea de arriba a abajo) desde el sur del mundo, un rock que se desliza con una aparante ligereza y que llega, no a los oídos, si no a los piés. Dan ganas de empezar a tocar batería, tomar una guitarra de acompañamiento, un pandero, lo que sea, pero marcar ese ritmo, una y otra vez. En el mismo tempo le sigue "La espada y la pared" y luego, más adelante, "He barrido el sol" y "La primera vez". En esas cuatro canciones ("Gato x liebre" puede sumarse también) hay una fuerza que deslumbra y que hacía tiritar el jeep mientras el sol del norte iba cediendo a medida que mi papá arrasaba en la carretera con cuanto auto se le interpusiera en su camino. Todos nos veíamos inundados por ese ritmo y había que adelantar a los que entorpecían nuestra labor, aunque ello provocara la amargura de mi madre. Había sólo una pista hacia el norte y otra hacia el sur. Cualquier movimiento rebasando a un auto podía costar caro.  

Para no preocuparnos en demasía cantábamos alegre "Con mi voz de plata / Haré temblar / Romper los cristales / Llorar, esperar", sin entender del todo la letra. O gritábamos: "Nunca he deseado mal a nadie, esta es mi primera vez". Mi hermano se mostraba molesto con todo. Todos peleaban con él y él peleaba con todos. A veces no hay forma de entender a una persona. Había algo dentro de él que no podíamos escrutar de buenas a primeras. En ese entonces tampoco teníamos ganas.

Ese unplugged (como se decía en la prensa, "el primero grabado por una banda chilena"), no sólo nos proporcionaba el ritmo aludido, sino otro sonido más directamente oscuro, uno que entre las mandolinas de Antonio Restucci y el acordeón de Cuti Aste, mostraba ese lado Lennon de Álvaro Henríquez, su héroe. Porque incluso tras las aparentemente ligeras "Sudapara" o "La primera vez", se escondían referencias no tan veladas al golpe militar y a su dictador, Augusto Pinochet (Henríquez tocó con chaqueta militar y casco). Así entonces, mientras nos sumergíamos en Tocopilla o Chañaral, algo pasaba en el medio del álbum que proyectaba una queja, un dolor que no terminaba de apagarse con el día. Era el golpe militar, claro, pero había otra cuestión atrás, mucho más oscura dando vuelta en el disco. No se podía barrer el sol tan rápidamente. 

Dormíamos en Copiapó.

II. ¿Qué verdad te hace mentir? 

Despertábamos al otro día y nos recibían esas canciones del amor roto: "Un amor violento" y "Me rompió el corazón." Mirábamos los mapas Copec de mi papá y pensábamos: queda harto todavía. El viaje era pesado para tres hermanos que ya no se llevaban bien en las estrecheces del asiento trasero.

"Un amor violento" es una canción que 20 años después me sé de memoria y toco cada vez que una fiesta lo pide. ¿Cómo se puede hacer una melodía tan diáfana sobre la distancia entre dos personas? Si eso sucedía con esa canción, con "Pájaros de fuego" podíamos ir dejando atrás el desierto, un tanto vacíos, "llorando por un siglo", como si este fuera el canto de las eternas peleas y disgustos de los tres hermanos y ese "estar al borde de la muerte" en cada auto rebasado. Había una ansiedad a punto de reventar en el auto. Parábamos lo justo en un Pronto Copec a comer, ir al baño y llenar el estanque. Debíamos llegar a tiempo. 

Pasábamos por nuestra Viña del Mar, de la cual nos fuimos cuando teníamos 9 años y no volveríamos sino cuando yo ya tenía 19. Por eso cuando entrábamos a la ciudad a saludar a mis abuelos había una nostalgia grande. "Me rompió el corazón, nunca supe muy bien si las postales que escribió, me hundieron muy lento, muy lento", sonaba en el cassette en su sexto track y recuerdo las llamadas eternas de mi madre hablando con sus amigas. Le comentaba cómo era Iquique, lo que hacíamos, lo que habíamos dejado de hacer, los problemas, algunas soluciones. Con su voz rellenaba esa casa difícil.  

Y entonces, a propósito de esa casa infernal: "Déjate caer" o "Tírate", su gemelo. Nuestra casa en Playa Ligate 3107 me provoca recuerdos de color amarillo, como un color pegajoso, respecto del cual quieres estar lejos. Hoy busco esa casa en Google Maps y pareciera remodelada por los narcos. Quizás eso pasó. El pasaje se ve más estrecho de lo que lo recordaba, su "imponente" escalera está tomada por la arena. Pero el total coincide en mi memoria. Como si sólo se pudiera mantener un plano en miniatura, veo las imágenes y me hacen sentido las casitas con esos ladrillos rojos y su antejardín pequeño, pero digno en su verditud. Mucho pavimento, algún verde, casas ciudadas y color rojo. Un orden extraño. En "Tírate" se dice: "He encontrado cosas buenas para soportar, el calor del hambre, cuando me voy a acostar" y es verdad. Acá estaba todo lo bueno de mi infancia y también todo lo raro.

Seguido a "Tírate" viene "Te desheredo" que tiene estas líneas que nos permitían dejar atrás Iquique: "Hoy te desheredo / Mi tesoro enfermo / En un mar de vientos / Mi tesoro enfermo." Es necesario seguir en la carretera, arrasar con todo lo que viene e ir superando uno a uno los autos, anotar como en un juego sus patentes, sumarlas, resolverlas y dejarlas olvidadas. "No quiero hablar demasiado / De la verdad / Que me hizo mentir". 

III. ¿Quién es la que viene ahí? Un conejo en el camino final

Salíamos rápido de Viña del Mar y el panorama en Chile se volvía mucho más alentador. El verde tan recatado en Iquique, tan mezquino, acá se abría paso y como familia lo agradecíamos. Pasaban frente a nuestros ojos Talca, Concepción, Temuco, Valdivia. No sólo escuchábamos Los Tres sino que ahí brillaban también Garibaldi, esa banda mexicana de pop bailable que traía de vuelta todos esos éxitos como: "Que te la pongo", "La bolita", "Woman del callao", "La banana", "Oye abre tus ojos", etc, etc. Cantábamos alegres y nos reíamos unos de otros. Mi hermano se mantenía un poco al margen. Algo así como el Dj que trae la música, pero luego se esconde del resto tras sus lentes ahumados. 

"Quiero morir tranquilo en la prisión", dice un verso de "El arrepentío", gran cover tributo a Roberto Parra Sandoval, un genio más de la familia Parra. Con esta cueca se iniciaba el último tramo del viaje / disco. Y lo hacíamos justamente en el sur, donde la cueca tiene su origen y fulgor. 

Los Tres fueron muy relevantes en el resurgimiento de la cueca. Honraron la tradición y la elevaron, lo que significa, la popularizaron. Llevar el año 95 a Miami (donde se grabó el unplugged) un par de cuecas para terminar un disco, no parece la idea más acertada. La cueca no es un tango, no es bossa nova. Es un ritmo bastante plano, pero festivo. Como si se tratara de una polca del diecinueve, pero tocada ahora y sin glamour. Es un sonido machacoso pero alegre. ¿Puede algo que te viene machacando la cabeza ser alegre?

¿En qué pensaba mi hermano con sus audífonos puestos? ¿Qué otra música escuchaba? Eso es fácil decirlo ahora: Nirvana, Pearl Jam. Pero, realmente, ¿qué música escuchaba mi hermano? ¿Qué cosas miraba por la ventana? ¿Qué paisajes pasaban frente a su ventana?

La familia ya decae en sus ánimos. Estamos ingresando exhaustos a la muerte del segundo día y tratando de guiarnos por los caminos poco transitados del sur para llegar a "Cascadas". Llueve bastante y hace frío. Pasamos del sol gigantesco al frío total en 48 horas. "Caramba la vida / La vida que yo he pasado" se escucha en la radio y nos animamos un poco más. Acá ya no hay autos que rebasar, sólo el camino de tierra (barro) que hace más lenta nuestra llegada final. Esa donde tendremos que bajar todas las cosas, entrar a la cabaña, calar la mejor cama, pensar en si comer algo o no, etc. Hacer reposar el día.

Pero estamos un poco perdidos en este punto. Mi padre que nunca se pierde mira el mapa y, claro, en él no aparece una bifurcación hechiza del camino. ¿Derecha o izquierda? Esto va a parecer inventado, pero no lo es: apareció un conejo que tomó la derecha. Y mi padre, poco dado a la superstición, lo siguió. "Total, si no es así, nos devolvemos". Práctico. Por fin sin ansiedad. Y lo seguimos, mientras sonaba la última canción del maravilloso disco de Los Tres: "Quién es la que viene allí". Un foxtrot adaptado del Chile más antiguo, que con su alegre melodía, nos permitió terminar la jornada con una sonrisa en la cara. A ver si por una semana podríamos descansar de esa casa a casi 3000 kilómetros de acá. 

Cómo saber que mi hermano, el que compró ese disco y nos hizo tan felices ese verano del 97, moriría 20 años después desparramado en una cocina de Santiago.  

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